Montserrat Gómez Gómez
Tan rico y variado es este país, que ofrecer breves pinceladas de cuatro zonas puede poco más que aproximarnos someramente: la capital, Manila; la isla de Bohol, en el centro del archipiélago; Mindanao, al sur, y las terrazas de arroz de Ifugao en el norte del país.
Seis mil islas en un archipiélago tan lejano, en plena Asia, y caminando por las calles de Manila, la capital rehecha de sus cenizas en varias ocasiones, dejada en herencia por españoles y bombardeada por los americanos. País hecho a la sumisión del colonizado. Tan cercano, cuyas calles responden a nombres tales como Puerta Real, Intramuros, Muralla, Santa Potenciana, Cabildo ... Sus habitantes, que reconocen que eres española, te cuentan a modo de plegaria la ristra de palabras que conocen de tu idioma y que aún permanecen en el suyo, el tagalo: unodostrescuatrosillamesacasacuchara y hay algo de sentirse como en casa. Los rostros amables de los filipinos acompañan su dulzura de trato y una infantil alegría cuando son protagonistas de las fotografías de los turistas.
Las calles del centro de Manila están pobladas de casas como cajas de cerillas al lado de enormes caserones y edificios de corte castellano. Entro en una iglesia, se está celebrando una boda. A nuestro lado unos filipinos que han venido a verla para sacar recortes para la suya propia. Se enteran de que somos españoles y se alegran, hablan de nuestras bondades y de la suerte que han tenido de haberse quedado con el legado del catolicismo, orgullosos de ser de los pocos asiáticos católicos. Fuera de ese recogimiento, Manila es una gran urbe plagada de pequeños vehículos a motor compuestos de una motocicleta, asientos traseros y un toldo que los cubre para evitar el sol y las lluvias. Las calles están absolutamente abarrotadas tanto de estos vehículos como de antiguos autobuses americanos jeepneys reutilizados que aderezan el paisaje del tráfico caótico de la capital.
Bohol es una de las islas centrales de Filipinas. En ella se suceden playas blancas rodeadas de coral donde disfrutar del buceo y pequeños pueblos con clima tropical que subsisten con lo que les da la tierra y el mar. Además de las Chocolate Hills que son la gran atracción natural de la isla (una sucesión de colinas hasta donde la vista se pierde, redondeadas, suavizadas por la vegetación que las viste) están los tarsiers. Los tarsiers son los monos más pequeños del mundo, aproximadamente del tamaño de un gorrión; miran con enormes ojos curiosos y saltones al visitante, apaciguados por su conocimiento del ser humano, se adentran en los árboles, se alimentan de insectos y tienen los dedos como los de E.T.; son lo más parecido a los Gremlins que uno pueda ver en el planeta.
El río Bohol está presente en la isla, constante. Pero son las gentes las que dejan huella. Vivimos en una pequeña aldea durante algo más de una semana, de la mano de Nita Cristal una filipina de apenas 1,45 de estatura, despierta y comunicativa. Los habitantes de esta aldea subsisten con los recursos que les proporciona el manglar. Un manglar es una zona donde crecen mangles, plantas que se desarrollan en lugares encharcados de aguas muy salobres o incluso marinas. Suelen tener las raíces metidas dentro del agua. En ese medio cuesta trabajo absorber oxígeno por lo que parte de las raíces invierten su crecimiento y se viran hacia arriba. Este gesto se llama geotropismo negativo y es la característica representativa del manglar. Lo convierte en un curioso paisaje. El ecosistema del manglar es pobre: hay muchos insectos y los peces se apiñan en torno a la red natural que forma la masa vegetativa de ramas y raíces. Hay cangrejos, gambas, almejas y del propio mangle se pueden usar las ramas como combustible.
En esta aldea viajar en el espacio se parece mucho a viajar en el tiempo: vivir desayunando pescado o arroz o lo que haya, ducharse con calderos de agua fría o cocinar una tortilla encima de una hoguera de leña son ejemplos de este viaje en el tiempo. Lo rompe la pasión por el karaoke de las gentes, los ojos curiosos que te escrutan, la educación que les impide acercarse con más naturalidad y la hospitalidad con la que te empujan a sus casas. Aquí pasamos una Nochebuena de las más fascinantes de nuestra vida: compartiendo comida hecha en hoguera con cuarenta personas que se sumaron a nuestra celebración, tan lejos, donde no teníamos más familia que la que íbamos encontrando. Boli-boli (una especie de albóndigas) o pansit (paella de fideos finos) fueron parte de las delicias con que nos agasajaron.
Las peleas de gallos siguen siendo un entretenimiento tradicional en la isla. Parece que las trajeron los españoles y, años después de que legalmente estén erradicadas en nuestro país, siguen existiendo en Filipinas, donde se apiñan los hombres en pequeñas plazas cerradas que ocupan los gallos, junto con sus dueños. Gallos que se rasgan con espolones de hoja cortante de acero, muchas veces hasta la muerte. Este espectáculo sangriento va acompañado de coros de voces que jalean por uno u otro según hayan decidido sus apuestas. En el exterior los dueños de los gallos les curan sus heridas.
Y el sol se pone en el río Bohol perfilando las elegantes siluetas de las barcazas y de las casas flotantes, a la espera de abandonarlo en nuestro camino hacia el sur, a Mindanao, y allá llegaremos en el próximo paso del viaje . Gracias por acompañarnos.
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