viernes, 20 de diciembre de 2013

Me gustaría encontrar el camino

Cuando terminé de estudiar no se me pasaba ni por la cabeza que iba a ser profesora.
Sí es verdad que siempre me interesó cómo funcionaba el cerebro humano, cómo podríamos desarrollar bien nuestras capacidades para aprender mejor. Creia y creo que lo que aprendemos debe ayudarnos  a hacer un mundo mejor y a ser más felices. Pero no pensaba en trabajar en la pública.
Durante un tiempo estuve en un centro privado, una especie de academia, que yo misma gestionaba, bastante mal porque nunca se me ha dado muy bien manejar dinero. Pero lo que sí creo que hacía bien era atender al alumnado, al que estaba entregada. Alumnos y alumnas de entre diez y cincuenta años, que querían aprender a estudiar mejor, leer más veloz, mejorar su comprensión y memoria, automotivarse... Eso me gustaba mucho.

Terminé dado clase en la pública, con una ilusión desbordante y la alegría de poder desde dentro intentar subsanar algunas de las tantas carencias que desde fuera había recibido en los años previos.
Algo he hecho pero no lo suficiente. Los mecanismos me atrapan y siento que no quiero pero ya no lucho con suficiente fuerza, ahora me acomodo, o tengo simplemente miedo a no responder aún sabiendo que si me amoldo al sistema imperante la respuesta  será de baja calidad o de media, al menos.
Esto me da pena.
Necesito encontrar el camino. No sé bien cuál es. Lo que sí sé es lo que no es. Lo que parece, pero no es. Lo que parece funcionar pero no toca el fondo. Lo que parece ser aprender pero solo es instrucción barata. Lo que parece ser saber pero no es creativo, ni real, ni variará un ápice este mundo. Lo que parece que es preocuparse por el alumnado pero no es más que plástico refulgente en lugar de diamantes.
Lo siento, no estoy satisfecha. Y no puedo decir ninguna otra cosa si soy honesta.
Necesito encontrar el camino. Así que mi propósito del nuevo año es borrar lo que se supone que sé para empezar a aprender, primero desaprendiendo todo lo que creo que es dar clase a ratos... "dar" ... ¿no será más bien " compartir" el verbo que debo utilizar?
Creo que mi hijo Rodrigo me ayudará a encontrarlo. Tiene entre dos y tres años. Y, de esto, sabe bastante más que yo.

viernes, 13 de diciembre de 2013

La pérdida de pelo durante el cáncer

Hace tres años acompañé a mi madre al lugar donde le colocarían una peluca de pelo natural . Mi madre tenía cáncer y su tratamiento hacía que perdiese el pelo. Se iba a quedar calva.
Mi madre siempre fue muy presumida.
Llegamos allí. Ya habíamos elegido hacía alguna semana lo que ella quería y estábamos, en esta cita, a la espera de que nos atendiesen en una pequeña sala con sofás y revistas.
Pasamos a una cabina mediana con un espejo grande y carros con instrumentos de peluquería que conocíamos muy bien. Una chica muy amable la atendió. Yo también estaba allí sentada, algo más atrás. Las tres en aquel cómodo cubículo íntimo. Mi madre apenas se miraba al espejo, de vez en cuando, pero con mucha menos osadía, no como lo hacía antes de enfermar.
La chica la puso delante del espejo. Y, entonces, bajó una cortina negra que impedía que viese su reflejo. Una cortina opaca. Ellas charlaban. La chica le iba cortando todo el pelo que le quedaba, después se lo rapó con una maquinilla.
Yo decía algo de vez en cuando. Disimulaba. La situación parecía muy natural. Los mechones de pelo se deslizaban, no sabíamos cuándo lo volvería a tener o si lo volvería a tener. Su cáncer era irreparable. Ella aún no lo sabía.
Recogí, sin que me viesen, dos mechones. Hoy uno va conmigo. Hoy que ya no está. Los guardé durante meses. Uno para dárselo cuando mejorase. Y mejoró y se lo dí. Otro para mí para cuando ya no le pudiese acariciar la cabeza.
Es la primera vez que escribo algo sobre mi madre enferma.
Aquel día mi vientre, hoy lleno de una hembra que nacerá en marzo, se rompió en dos otra vez, gritaba mi garganta en silencio sin abrirse, y con la cara templada, observé cómo le colocaban la peluca, seguían charlando, sin que se turbase mi gesto.
Ella estaba bastante contenta con la elección pero durante todo el tiempo de espera me agarró la mano con fuerza, sin hablar, sin soltarme ni un segundo. Como cuando yo era pequeña y me llevaba al médico, pero al revés.
Cuando subió la chica la cortina opaca se vio de nuevo reflejada en el espejo con su nuevo pelo puesto. No se quitó la peluca en días, hasta que recopiló suficiente valor como para verse sin cabello.
Mi madre era peluquera.
Hoy encontré este hermoso vídeo por casualidad y deseo que aquí quede . Me ha emocionado tanto. Hay mucha gente que hace lindas cosas, grandes, originales, sorprendentes, dulces.
 Merece la pena verlo.