sábado, 19 de marzo de 2011

La raigambre de la sangre (escrito para la cena poética "Mujeres y hombres" en Febrero de 2011)

Para toda mi familia

Voy a hablaros de una persona con corazón caliente e impermeable vitalidad, condensada, con el alma lúdica y pocos recatos, que se subía al lomo de su pareja y le gritaba: ¡arre, arre! por los caminos de San Claudio, cuando no se encontraba disponible para andar. Era quien iba al mercado cada sábado de inicio de mes lloviera, cantara o llevara diez días sin poder hacer la comida debido a sus males. Aguardiente y yema de huevo cada día durante 103 años. La bisabuela.
Esa  persona late perenne en mí. Forma parte de mis entrañas.
Tenía dos piernas , dos brazos, era de raza indoeuropea, de la aldea, autodidacta y otras cosas que casi no dicen nada de lo que ella me trajo al mundo en el que habito, tales como su sexo o su grado de disfrute ante los orgasmos.
Decenas de años después, incluso, cuando ya había muerto y había quedado su hogar en otro cuerpo me hablaba en el pollete de la casa, en un banquito de cemento que se había hecho construir porque le gustaba mucho sentarse en el camino para poder conversar con los vecinos y la gente de paso, contar los coches nuevos que veía que eran casi un milagro o los de los conocidos para poder charlar a la comida. Allí solía sentarme yo que, por aquel entonces, era su ahijada. La primera nacida. La esperada. Me amaba. Me miraba a los ocho años como a una adulta porque en mí ya crecía esa madurez temprana y me gustaba escuchar lo que decía: sus viajes a Chiclana, la ristra de capitales  de provincia con mar  siguiendo el sentido de las agujas del reloj. Me gustaba ver sus manos expresivas que me acariciaban, grandes, morenas, con uñas algo largas, fuertes, la balsa… “Mira bien con quien te juntes, no tengas prisa” me decía, “Los hombres, la mitad de las cosas que dicen, son falsas. Sobre todo en la conquista” Contaba su experiencia velada con consejos. Hablaba de un amor en Palma, aunque se carteaba con la abuela mientras tanto. Contaba historias que se parecerían a algunas mías de más adelante.
A veces me subía a la mesa y me hacía cantar “Gitana qué tú serás como la farsa monea, que de mano en mano va y ninguna se la queda” Esos mensajes eran mis mensajes de canciones de amor. Yo le contestaba “yo no me voy a casar, yo quiero viajar, probar, ver, pero para qué me voy a casar, con querer ya está”. Él era mi abuelo, mi padrino.
Esa persona que eran dos y fueron muchas más que yo no conocí es una de las personas de mi vida. Fue mujer. Después fue hombre. De la raigambre de nuestra sangre, de sus ancestros que yo desconocía se perdió la cara, el sexo, las anécdotas, pero se mantuvo el espíritu, el torrente, la presencia.  Su sangre pasó ardiente de un corazón al otro, posándose vital y osada del cuerpo de mi bisabuela  al cuerpo de mi abuelo que fue trepando por esos hilos de tránsito que se enredan en las espirales de ADN , pasó caliente y pícara a través de él para llegar a mí, herencia inevitable (recesiva o dominante) que formará parte– ya sin nombre, ni cara ni anécdotas- de la belleza atávica de la persona que preño en mi útero y alimento.

1 comentario:

  1. Sangre y alma, sueños y objetivos. Es lo que nos queda por difundir.. Difundir nuestra esencia por el mundo.

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