martes, 11 de enero de 2011

La quietud. Invitación a la lectura.

Por su naturaleza, un artículo de opinión o un ensayo, que también son formas literarias, nos llevan al juicio, a confrontar con el pensamiento de quien escribe, aunque confrontemos imaginariamente, o a acogernos a lo que dice.
Por su parte, la naturaleza de  la lírica y de otras formas literarias como la narración de ficción o el teatro nos transportan a otro movimiento vital diferente. En cuanto a la lírica ha habido muchos  intentos de definición, que siempre han quedado cojos o mancos. De todos ellos, me quedo con el también incompleto de Wolfgang  Kaiser, que la resumía en un “¡Ay!”. En ese “ay” o “aaaay” o “AY”, o en cualquiera de sus variantes, él deseaba condensar la subjetividad, la emoción y la intensidad que el yo lírico transmite mediante el acto poético.  Aunque el hálito de algunos poemas va más allá o más acá de ese “¡Ay!”, dependiendo de la época que consideremos, la emoción contenida o desatada en que nos sumerge la poesía, sus palabras que nombran cortejando al mundo de manera diferente, permiten que nos acerquemos  a la observación y a la empatía. Se puede estar leyendo un poema de Goytisolo o de Garcilaso, o de Andrés Neuman,  y con ellos trascender a un lugar profundamente humano donde queda encendida la observación sin juicio, el acercarse a otro  cerebro o alma, a emociones que cada uno de nosotros también transportamos, más o menos dejadas sentir dependiendo de quién hayamos decidido ser, pero, a fin de cuentas, bajo el principio  de  que nada humano nos es ajeno. No es necesario ponernos a favor o en contra de ello.
En este mundo tan falto de observación sin juicio, de entrar en la emoción o el pensamiento de otros sin necesidad de defendernos de su influjo o de dejar patente quiénes somos nosotros, se produce  con algunos textos literarios una comunión con lo propio que no es posible recoger en tal calidad en ningún tratado de psicología ni a través de la disección de temas mediante  un ensayo. En este mundo falto de poesía, tan necesitado de ella, no estaría mal hacer  mayor uso consciente de esa sana predisposición humana hacia lo literario, hacia la palabra que desvela el mundo, para aprender quiénes somos en aquello esencial que todos compartimos.
Pienso en Cien años de soledad, al leerlo,  no hay acuerdo ni desacuerdo con sus personajes;  hay , como mucho, sentimiento más afín o comunión más cercana con unos que con otros pero no juicio. En cambio, en los múltiples artículos que escribe García Márquez, el mismo, con su mismo cerebro, corazón y manos, sí se produce una necesidad de juzgar y, por tanto, de no leer con quietud, sino con un movimiento que nos obliga a situarnos  aquí o allá. Sin quietud no hay aprendizaje, creo yo. Y qué difícil tener quieta la mente con tanto bullicio interno y externo, con tantas  opiniones seguras de sí mismas, tantos centros comerciales y teleseries.  De la quietud asoma un conocimiento amplio, en que cabe lo blanco y lo negro como partes del mismo espectro, porque lo conocido finalmente es el espectro, el color, sus calidades, sabiendo que todas, del rojo al gris, van en nuestra condición humana, queramos o no, compartida. Menos son las diferencias que las similitudes.
Muñoz Molina, Paul Auster, Haruki Murakami, escritores actuales con visos de tornarse clásicos, desprenden esa humanidad del no juicio en sus descripciones y la creación de sus personajes y, gracias a ello, se respira en su obra lo universal. Hay autores, por tanto, que nos ayudan a la observación con su forma de comunicar pero, incluso aquellos otros que no poseen esa cualidad, por el mismo hecho de haber elegido la lírica, la novela, el relato o el teatro, nos predisponen a esa distancia sana que dispone el mismo hecho de acercarse a este tipo de textos.
Os animo a que cojáis un fragmento de cualquier novela, cualquier relato, cualquier poema que tengáis a mano y os sumerjáis en lo humano, en vosotros mismos. En un lugar agradable, rodeados del silencio, como goce y aprendizaje del respeto a distintas formas del ser. Esta práctica de la lectura desde la distancia además de hacernos disfrutar, nos ayuda a crecer. Docere et delectare.


MONTSERRAT GÓMEZ GÓMEZ

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