sábado, 1 de enero de 2011

LOCOS SOÑADORES II: El paseante solitario. En recuerdo de Robert Walser.

 Dedicado a Manolo Ramos, entrañable librero, del que me ha llegado el nombre gracias a Prudencio López.

Hace un par de años fui a un congreso que organizaba en Jerez la Fundación Caballero Bonald titulado "Las sílabas del futuro".


Aquellos días me dejé sentir por las calles y callejuelas del centro la ciudad deleitándome con las personas, los comercios y las terrazas en los ratos que me dejaban libre las conferencias. 
Se exaltó mi ánimo literario. Me sentía empapada de palabras que me buscaban y, así, llegó hasta mí este libro. Este pequeño ensayo crítico de apenas tres decenas de páginas fue relevante para mí por la manera de llegar a mis manos.



En la calle Lealas había una pequeña librería con un escaparate que me llamó la atención por la selección de los títulos que exhibía: una selección hecha por un amante de la poesía. Entré por curiosidad y comencé a hablar con el dueño. La primera conferencia de la tarde me la salté encontrada bajo una admirable mirada poética, la de aquel soñador. Su proyecto estaba terminando, tras años de intentar seguir con ella, la librería ya no podía seguir comiendo del sueldo de su dueño para vivir.  Hablamos de sus tertulias literarias, de nuestra cena poética, de lo que suponía la literatura en nuestras vidas, los aprendizajes que nos había ofrecido, los momentos de placer... Era el último mes. Tenía que cerrar. Me enseñó cada recodo, los posters y por qué estaban allí, el sentido que tenía cada instante de aquel espacio. Me presentó a Alfonsina Storni y a Marina Tsvietáieva y como si hasta entonces no hubiesen pasado por mi vida las volví a conocer.


Le pedí que me eligiese algunos libros de poesía y además de hacerlo me regaló este librito. Me habló de Robert Walser y de sus poemas. De alguna manera, aquel hombre entrañable, al igual que Robert Walser, era otro de los paseantes solitarios que pueblan nuestras calles. Aquellos que, pareciendo anodinos, encierran grandes espíritus.

Yo, cada día más, admiro la humana individualidad, y en esa preciosa rareza de cada uno o de cada una, me resultó delicioso que alguien alimentase su proyecto literario con la ilusión que vi en la cara de aquel hombre. Mas que tantas veces la ilusión siga sin dar de comer y que sin ilusión pero a base de buenas estrategias publicitarias muchas otras empresas nacidas del puro afán de lucro se coman con cromosómica bulimia a estas estrellas fugaces, eso, dice algo sobre la involución de lo bello y lo bueno.
Este año cuando asistí a ese mismo congreso pero con otro nombre al pasar por allí busqué el hueco que había dejado aquella librería. 


En honor a tantos paseantes solitarios, un poema de Walser, que terminó sus días en un psiquiátrico...


Estoy completamente sano y al mismo tiempo seria o considerablemente enfermo.
A quien se adentra en la rareza, lo cogen y se lo llevan con manos decididas, lo alejan, y nunca más lo sueltan.
Quizá mi enfermedad, si así se puede llamar a mi estado, consista en tener demasiados deseos.
Que se represente en una casa seria una especie de tragedia humana, parece no interesarle a nadie, y así nadie parece prestar atención a la destrucción de toda forma y modo elegante o rara de un alma.
Estar verdaderamente sano reposa en darse la bienvenida a si mismo.

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