sábado, 5 de febrero de 2011

Muchos, muchos, muchos muertos ( escrito para la Cena poética "Romeo y Julieta")

Parece ser este el momento, lugar y hora adecuado para empezar desvelando un curioso misterio que siempre ha ensombrecido los textos de nuestro amigo el literato Guillermo de Shakespeare, también llamado Shespir, por ilusos y mentecatos.
Debido a que tuve acceso a fuentes primarias y claras os he traído los textos de los finales previos a la resolución de la trama que se han dado a conocer hace tan solo unas semanas.
En este foro ilustrado de catedráticos amigos, grandes lectores, analíticos, de la susodicha obra, espero tener acogida digna y bien recibida, pues esto que os voy a contar es la historia real, de Guillermito de Stratford-upon-Avon, en lenguaje popular, William Shespir.


Primer final:

Romeo, no te quedes al alba
Romeo, escapa, Romeo, sal pitando a Mantua,
Romeo…
Ay, Romeo, ¿por qué no te levantas?
Ya han sonado todos los pájaros, loros y cacatúas,
Timbales, maracas, jilgueros y ruiseñores de palacio
Y tú, aquí, enredado entre las sábanas…
Que llega el coco, Romeo, viene dando largos pasos,
Llega el pápa, el patriarca.. que nos mata!!
El papa…
Ay papa….Papa….mire, pápa,
Si lo mata… se lo diré al santo papa
Pápa, en serio, si lo mata….
Me chivo a toda la curia romana,
Mire que es pecado, ¿eh?..
Pues nada que no lo ablando, que lo mata…
¿Lo mata? ¿Que lo mata?
Pues me comeré una planta.
No, no una planta cualquiera.. ¡esa!
Ea , ¿cómo se llamaba?
Esa, La Mandrágora
Por ahí se acerca chillando,
Pápa, retorciéndose las curvas,
La planta envenenada
que me trae la muerte pía
-las cosas que hay que decir
para estar en el candelero-
Romeo, por ti muero
Romeo, ceporro,
que ni los loros te inmutan…
Y vas a morir roncando, pavo Montesco,
mientras yo estoy aquí penando.
Tendrá guasa que la tenga que palmar así,
sin público amado ni amante,
En fin, se pierde mi forma humana.

Julieta cayose a lo largo del suelo
y con el golpe rompió el mármol de carrara
del palacio
con su dura cabeza
llena de ideas revolucionarias.
que se esparcieron,
llegaron hasta la aspiración sonora de Romeo
y, cual espíritus visivos, rompieron su sueño
y despertó ensimismado en sus pensamientos:
Julietona, graciosona, vente pacá…
Y contestó Capuleto:
“Vente pacá tú que será tu último aliento”
Ante tal torrente de voz apasionada
Romeo alzó la mirada
y abriendo los óculos cual paelleras
quedó sin palabrejas.
Del pescante de las cortinas voló la barra
y ante la cabreada mirada perpleja del ama,
que había pasado noches en vela
cosiendo aquellos trozos de tela,
arrojadiza el arma se hundió en la boca callada
de Romeo Montesco.
El padre de la nena, feroz, rodeado de dos cadáveres
se daba por satisfecho
mas el ama, despechada,
aburrida de costura que no servía para nada,
de hacer pasteles sin recibir ni las gracias
y fregar descalza,
decidió urdir su venganza inmediata
y aprovechando la confusión y coyuntura
clavole al papa enhiesto la espada de Romeo en la espalda.
Mas en ese instante la señora Capuleto entraba.
La voz del loro,
que no se callaba,
chilló y chilló
cuanto su pecho daba ,
pues era su dueña y señora la ama,
la misma que andaba ensañada
con la ocupación de limpiar el mango de la espada.
No consiguió advertirla a tiempo…
Así que en fin, resumiendo,
la Capuleto se cargó al ama,
el ama a la Capuleto a un tiempo,
el fraile, que no estaba, se libró por poco.
Y allí quedaron todos tiesos: la nena, el papa, el pavo de Romeo, la mama, el ama .
Solo la Mandrágora chillaba

Shakespeare cuando terminó su obra, respiró contento y aliviado . Una cosa menos.
Mas aquella noche no dormía. Un poco corto le había quedado el cuento.
Vamos que la idea era la misma, todos muertos, mas poco convencido se levantó y pluma en mano inició un nuevo intento. A ver si le salía algo menos sangriento, aunque un algo en sí le obligaba a cargarse a medio elenco, o al elenco entero, dependía del momento. ¿Psicopatismo? En fin, que aún no había nacido la palabra.
Consiguió seguir alguna escena más. Los vecinos ya habían corrido la voz de las grandes juergas de Guillermo, que cada vez que mataba a dos o tres se metía en el papel y disfrutaba cual conejo en celo, así que los médicos le andaban tras los talones. Prisa debía darse y así terminó, de nuevo, el cuento:

Segundo final:

Cabalgando al viento del norte
se acercaba el fraile emisario a Mantua.
Por poco tiempo se había librado
de la peste.
Venía en burro gallardo,
rebuznando cual pollino,
montado sobre su ganado,
contento y requetelisto…
Imaginaba el frailecillo
lo que haría con las monedas
que, sin dudar, el Montesco
le daría como premio y prenda.
Tal vez cambiaría el pollino
por un caballo más digno.
Podría empezar en las carreras,
así, despacio,
sin prisa ni problemas,
apostando poca cosa...
Mas de iniciado a ganador de perras
llegó en cosa de dos minutos,
después, a corredor de bolsa.
Al final, cuando andaba por la presidencia…
¡Se dio cuenta de que menos mal
que se había leído el cuento de la lechera!
y había andado con gran cuidado
por no derramar el cántaro que llevaba
sobre el papiro escrito
para Romeo, el enamoradizo…
Pues el sueldo
del clero en aquel momento
se había visto mermado
por la mala prensa y hasta el incesto.
En fin, que hay cosas que no cambian
por los siglos de los siglos, eternos ….
Al fin, que llegó Fray Juan
y entregó el papiro sellado,
esperó inquieto la respuesta,
su merecido deseo.
Y le pagaron encantados
poniéndole el culo en la puerta
y las piernas más atrás
pues Romeo, olvidadizo,
ya soñaba con otra pava,
una que llegó a Mantua
la noche que allí aterrizó,
y, pues, para consolarse
de tan ingrata fortuna
que había tenido en Verona
pasó la noche tranquila,
retozando entre cortinas.
Vamos, que ya Julieta
había pasado a mejor vida,
por supuesto, virtualmente.
Fray Juan, ciertamente indignado,
pues conocía a la niña desde niña
decidió matar a Montesco
con un fatal veneno.
Le puso entre la mortadela
que traía un sirviente a la casa
un poco de aquel mejunje
y se escondió tras la ventana.
Vio como aquel Romeo infiel
moría cual enemigo
mas también como el criado
confesaba ante Benolio
su potencial peligro
Ay madre, que me pillan,
patas para que os quiero
mas con tanto jamón y queso
poco corría el obeso
Lo pilló Benolio, cuchillo en mano,
y en medio de la plaza mismo,
lo atravesó de pecho a espalda
mientras el fraile llamaba al Santo Papa
Al móvil y le daba tiempo a avisar:
"Crimen de los Montesco en contra del sacramento …"
Poco claro había sido mas el Papa – de Roma-,
más papista que el papa,
decidió empezar en aquel momento
cruzada contra los Montesco
y, de paso, a favor de Capuleto.
Ya que no quedaban infieles de otro tipo
cualquier enemigo era bueno.
En fin, que Julieta se apuntó a la guerra
en su bando correspondiente,
la mama, el otro papa, el ama,
Fray Lorenzo, todos envueltos en armas,
cargaron contra Montesco en el mismo cementerio
por eso de ahorrar gastos
de desplazamiento.
Resumiendo,
que el Fraile fue a por el suegro,
el suegro a por el papa,
Paris luchando con Julieta
consiguió cargarse a la otra mama,
el ama de puro milagro
quedó viva por un rato
mas en cuanto el loro cayó en combate
perdió los estribos todos
y en contra del pajarero de Montesco
arremetió sin fortuna.
Muerta también la criada,
solo quedo el papa de Roma
para hacer santo entierro
y asignar a cada muerto
y a cada difunto su tumba
Ciento veinte siete de doscientas
de las tumbas de Verona
ocupadas por cadáveres
de las santas cruzadas civiles.
Vamos, que allí no quedaba ni patriarca,
ni matriarca, ni primo lejano,
para pagar los entierros
ni orar ante los muertos.
Así que el papa, cansado,
aburrido de esta historia
aon la corona en mano,
corrió el telón y expiró despacio.

Ya la cosa había tomado forma, unas cuantas páginas más estaban hechas, pues el peso también importaba para los editores barrocos, y Guillermo, cumplidor, gustaba de tenerlos contentos. Lo de cargárselo inevitable, esta vez habían salido más muertos, no sabía esa manía a qué gen exacto se debía, más tan irrefrenable era que ya notaba el artista que el del quinto izquierda lo miraba con temor, con antipatía.
Y así empezó el sarao. Llamaron a la puerta. El loro lo avisó: llaman, alteza. Siempre le había gustado la realeza. Corrió en pantuflas a abrir aún con el suspiro final de satisfacción de la obra bien hecha en el aire y entró el susodicho compañero de edificio. Con dos policías hembras. Y para más INRI, médicas.
Pocas palabras contó, leyeron sus dos finales. Fue todo una conspiración y las pruebas fatales.
Le pusieron la bata de cola blanca con mangas largas cual soga alrededor del tronco y desde entonces hasta ahora solo dos veces pudo encontrarse de nuevo con el teclado. La primera porque prometió como penitencia dejar vivo a Fray Lorenzo y a los ciento y tantos sin nombre tras verse amenazado por la hoguera mas no cedió para nada sobre el estado de los protagonistas de la trama bajo ningún concepto ni tortura ni palabra. La segunda debido a la crisis, cuando se hizo necesario enterrar a todo muerto en nichos comunitarios, ahorrando estipendios y apretando el espacio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario